Leer es más de lo que parece.
Cualquiera que entre en contacto con la educación Waldorf seguramente notará lo hermosa que es, desde los encantadores juguetes naturales y los temas de temporada en las aulas del jardín de infantes hasta los increíbles dibujos en la pizarra de cada salón de clases.
Pero invariablemente surge la pregunta de cómo y cuándo se enseña a leer a los niños en este método.
La creciente ansiedad en nuestra sociedad por la disminución de las habilidades de lectura está tan generalizada que todas las maravillas y la belleza de la educación Waldorf palidecen a la sombra de la cuestión de la lectura. Pero… leer es más de lo que parece.
Generalmente se piensa en la lectura como la capacidad de reconocer la configuración de las letras en una página y pronunciar las palabras y oraciones allí representadas. Ésta es la actividad mecánica exterior de la lectura que es fácil de identificar.
Además de ese proceso superficial, existe una actividad interna correspondiente que debe cultivarse para que se produzca una verdadera lectura.
Los profesores Waldorf lo llaman "vivir la historia". Cuando un niño vive una historia, forma imágenes internas en respuesta a las palabras.
Tener la capacidad de formar tales imágenes mentales, de comprender lo que se escucha, da sentido al proceso de lectura. Sin esta capacidad, un niño será capaz de decodificar las palabras de una página, pero seguirá siendo analfabeto funcional.
Es muy desafortunado que en los primeros grados escolares, la mayoría de los niños no estén expuestos a un lenguaje rico y complejo, simplemente porque dicho lenguaje no sería compatible con sus limitadas habilidades de decodificación. Justo en el momento en que sus mentes están más abiertas a la adquisición de idiomas, están trabajando con vocabularios artificialmente limitados en la escuela.
Irónicamente, la única cura propuesta por el sistema educativo es trabajar más duro y más pronto en las habilidades de decodificación, lo que sólo agrava aún más el problema.
En las Escuelas Waldorf, desde el primer día de jardín de infancia, los niños empiezan a aprender a leer. Aunque, es cierto que no es el aspecto técnico, seco y externo de la lectura en lo que se les pide que trabajen, se ven comprometidos con el aspecto interno que es mucho más importante en la lectura.
Los niños cantan y recitan un vasto tesoro de canciones y poemas que aprenden de memoria. Viven en un mundo de imágenes internas, sin darse cuenta por completo de que están desarrollando las capacidades más importantes necesarias para la comprensión lectora.
En su libro “El Reino de la Infancia”, Steiner dice: “Debemos evitar un acercamiento directo a las letras convencionales del alfabeto que se utilizan en la escritura y la imprenta. Más bien deberíamos guiar al niño de una manera vívida e imaginativa, a través de las diversas etapas por las que el hombre mismo ha pasado en la historia de la civilización”.
Los niños de las escuelas Waldorf experimentan la alegría de aprender las letras del alfabeto a través de narraciones y de la pintura o el dibujo que acompaña a cada una de ellas. La letra "M", por ejemplo, puede introducirse contando una historia fantástica sobre unas montañas. Luego, el maestro hace un dibujo de dos montañas con una forma similar a la letra “M”. Este proceso se remonta a la escritura pictórica del hombre primitivo y confiere a nuestros símbolos modernos cualidades reales y vivas con las que los niños pueden identificarse.
Es cierto que los niños Waldorf aprenden a decodificar más tarde, en comparación con otros niños de su edad, pero aprenden a leer con fluidez, con comprensión y disfrute, mucho antes que la mayoría. Basta echar un vistazo a las sofisticadas novelas y poesías que leen los estudiantes de grados superiores.
Trabajando con un verdadero conocimiento del ser humano y una verdadera comprensión de las etapas del desarrollo infantil, el maestro Waldorf es capaz de educar a los niños en formas que les permitan florecer con alegría.
“Es cierto que un verdadero conocimiento del hombre libera la vida interior del alma y hace sonreír el rostro”.
Rudolf Steiner